Ríos de tinta (e incluso alguno de sangre, seguramente) pueden correr cuando se asocia agilidad a SAFe. Hay alguna imagen por ahí corriendo por Internet que tiene tanto de ácida como de pelín de ofensiva:
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Quería entender por qué tanto "odio". Podía imaginarlo, SAFe se antoja terriblemente prescriptivo para lo que la mentalidad ágil busca. Así que aproveché que la semana pasada mi amiga Almudena Rodríguez estaba por Barcelona dando el Leading SAFe para tomarlo yo también. Opinar sin conocer es fácil y corriente, aunque tiene cura.
En positivo: entiendo que SAFe exista y entiendo a quién está dirigido. Empresas de un tamaño considerable que están pensando girar hacia la Agilidad aunque tienen cierto miedo, pueden encontrar en él una estructura que les ofrezca tranquilidad.
He de decir también que me gustó ver que se autodefiniera como "base de conocimiento", ni tan siquiera como marco de prácticas (y por supuesto en ningún caso como metodología), de manera que es cambiable y adaptable. Además, tiene puntos que me han gustado, como prescribir espacios para la innovación de manera recurrente y fuera del trabajo "normal". Por supuesto, hay otros en que mi mentalidad ha chocado, como ser capaz de alcanzar compromisos a diez o doce semanas vista (cinco o seis sprints), o una gestión de las dependencias entre equipos que, visualizado, me recordaba demasiado a un diagrama de Gantt.
Siendo ya un "orgulloso" Certified SAFe 4 Agilist, no creo que la práctica merezca tanto odio como recibe. Es una herramienta más en la caja. Quizá más compleja, quizá algo más farragosa, pero con las mismas ganas de ser útil que el resto a las que acompaña. Es más, en la zona donde más fuerza se esperaría que hiciese (portafolio y solución) es donde más vagamente aporta, teniendo mucho más que ofrecer a nivel de equipos y su coordinación.
Para mí ha sido un nuevo aprendizaje que se une al resto y enriquece el conjunto. Y así debería ser siempre.
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