La culpa seguía girando sin respuesta. Lo hacía cada vez más rápido, más nervioso. La respuesta estaba ahí, tenía que estar ahí, siempre había estado ahí.

Volvió a beber.

- Supongo que yo. Pero debo, es mía

- Seguro que no sabes ni de qué está hecha... - le espetó la voz con cierto desdén.

Miró la culpa de nuevo. Era oscura, densa, desagradable. Le seguía apeteciendo seguir bebiéndola, pero la imagen le sorprendió. Hasta entonces sólo se había dedicado a pedir más y moverla en vaivén de la barra a la boca y viceversa.

- No te gusta lo que ves, ¿verdad?

Una mueca apareció en su cara, pero no soltó la culpa. Al contrario, se aferró a ella.

Bebió. El denso líquido le quemó la garganta. No había tenido esa sensación hasta entonces.

- Ni tampoco te gusta lo que haces, ¿me equivoco?

La voz de la izquierda le parecía terriblemente molesta. ¿Qué le llevaba a estar justo ahí, en ese momento, cuestionándole? Sin embargo, tan molesta como era, le parecía hipnótica, sensual, amigable. Una mezcla que podía explicar tan poco como las preguntas que le hacía.

Levantó la culpa de la barra.