Hoy ha sido uno de esos días en que me digo a mí mismo que todo el esfuerzo que requiere, a veces directo, a veces indirecto, a veces más visible, a veces más en la sombra, vale la pena.
Una persona, de un equipo, ha dedicado una hora a tener una conversación de máxima confianza, reiterando el compromiso con el proyecto. Gracias de nuevo :).
Pero no estaba aquí por eso. Leyendo por ahí he llegado al concepto de kipple. Lo acuñó Philip K. Dick en su famosa novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” que más tarde fue adaptada al cine como la gran “Blade Runner“.
El pasaje donde aparece el kipple es grandioso:
— Kipple son los objetos inútiles, las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después de que se ha gastado la última, el envoltorio del periódico del día anterior. Cuando no hay gente, el kipple se reproduce. Por ejemplo, si se va usted a la cama y deja un poco de kipple en la casa, cuando se despierta a la mañana siguiente hay dos veces más. Cada vez hay más.
— Comprendo —la chica lo miraba con duda, no sabía si creer o no, ni siquiera si él hablaba en serio.
— Esa es la primera Ley de Kipple —dijo él— El kipple expulsa al no-kipple. Como la ley de Gresham acerca de la mala moneda. Y en estos apartamentos no hay nadie para compartir el kipple.
— De modo que se ha apoderado de todo —concluyó la muchacha— Ahora comprendo.
— Este lugar —continuó Isidore—, este apartamento que ha elegido, está demasiado kippleizado para vivir en él. Podemos rechazar el factor Kipple; podemos hacer lo que le dije, buscar en los otros apartamentos. Pero…
Se interrumpió.
— ¿Pero qué?
— No podemos ganar.
— ¿Por qué no? —la chica salió al pasillo cerrando la puerta tras de sí. Cruzó los brazos modestamente sobre sus senos altos y pequeños, y enfrentó a Isidore, ansiosa por comprender. Al menos eso le pareció a él. Se la notaba atenta.
— Nadie puede vencer al kipple —continuó—, salvo, quizás, en forma temporaria y en un punto determinado, como mi apartamento, donde he logrado una especie de equilibrio entre kipple y no-kipple, al menos por ahora. Pero algún día me iré, o moriré, y entonces el kipple volverá a dominarlo todo. Es un principio básico: todo el universo avanza hacia una fase final de absoluta kippleización.
Podemos identificar el kipple con un montón de cosas, pero me gusta como concepto único. Y es fácil de ver, en un ambiente de transformación empresarial, que existe sin duda.
En primera instancia podríamos entenderlo como “desperdicio”, o waste y, por tanto, Lean se encargaría de dejarnos claro que debemos eliminarlo. Además, ya lo tenemos tipificado y sabemos atacarlo.
Sin embargo, el kipple seguirá ahí. En una compañía el kipple puede manifestarse como ese grupo de personas que aún no entienden su posición en el cambio. O procesos de backoffice, para nada estratégicos, pero que no son para nada óptimos. Se pueden atacar, pero no es por donde deberíamos empezar. Es kipple.
La última frase de la conversación es reveladora: el equilibrio entre kipple y no-kipple. De una manera casi religiosa, ese equilibrio de fuerzas debe ser encontrado. Porque, además, de forma inexorable, el kipple avanza si no es contrarrestado.
Identifica el kipple y trátalo como es. Si algún error he cometido es querer avanzar más rápido que lo que los sistemas son capaces de avanzar. Y eso genera fricción y resistencia, que no ayuda al avance.
Equilibra el kipple y el no-kipple de manera continua e iterativa, como ya deberías a estas alturas haciendo con todo, y habrás eliminado una de las múltiples resistencias al cambio.
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