Pintaba bien, pintaba guarra. Como debe de ser.

Ella le dijo que no debía, que le haría sentir mal, que seguro que no era tan buena como parecía. No le iba a gustar. Pero joder, lo que sentía en aquel momento trascendía cualquier emoción normal. Era puro deseo, vicio. No respondía a nada racional. En el fondo, él no quería.

Mientras iba abriendo boca la miraba, con aquel vestido rojo, sugerente, que le hacía parecer aún más apetecible. Dios, no veía el momento en que poder empezar a sentirla en su boca. Iba a hacerlo pedazos. No había control.

Su piel blanca, dulce, suave... no podría confesarlo, nadie le entendería, pero mientras esperaba el momento adecuado, soñaba con lamer poco a poco cada centímetro de ella. Su boca ya se hacía agua y no hacía más que pensar que estaba perdiendo el tiempo con todo el resto.

Los minutos pasaban como horas. Miradas furtivas. Nada se movía, era inevitable, iba a suceder, todo el mundo lo sabía. Sólo que tenía su momento y su lugar.

Se acercó.

La acercó.

Era "suya".

Con la mayor delicadeza del mundo, pero también con la mayor decisión, se lanzó a por su ansiado deseo, que le recibió tierna y dispuesta, como si estuviera realmente hecha para vivir aquel momento.

Y Ella volvió a tener razón. Aquella tarta red velvet era una auténtica mierda. Pero, oye, ya que habíamos llegado hasta aquí, se la comió entera.