Qué maravilla contar con personas brillantes en el equipo. Personas que destacan por encima de la media, que son capaces de ir más allá, de hacer aquello que otros no hacen, de sobresalir en la excelencia. Pero no.

Todo el mundo debería querer estar rodeado de gente mejor que ellos. Yo quiero. Es tremendamente enriquecedor y siempre estás a una conversación de aprender algo nuevo. O así debería ser.

La gente brillante moviliza, enseña, lidera, se convierte en referente de los demás y eleva el listón de una manera constructiva que permite que el conjunto multiplique, en vez de sumar. A veces.

Estos seres (profesionalmente) sobrenaturales merecen respeto y admiración, un trato casi de veneración, y no porque lo exijan o lo necesiten, sino porque lo ganan con sus acciones que, la mayoría de las veces, supera con creces sus palabras. Tal vez.

Pero en ocasiones, en muchas ocasiones que he vivido, la gente brillante gusta de su brillo. Y, con ese brillo, quizá sin mala intención, palidece el de otros, quizá menos intenso, pero igual de válido y, sobre todo, necesitado de compañía.

Es por esto que, cuando en algún momento la gente de People me ha pedido consejos sobre recruiting, siempre he dado el mismo: mejor un 7 sobre 10, pero gran jugador de equipo, que un 10 sobre 10, llanero solitario. O, lo que es lo mismo, ficha buena gente, antes que gente buena.

Porque de brillar a The Shining hay sólo una patinada de neurona de distancia.


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