Acabo de cerrar un evento de dos días.
Ciento y tantas personas esperaban en la gran sala a que yo me pusiera a hablar. 45 minutos me parecían una barbaridad y los he acabado ocupando enteros. Las palabras fluían y, al fin y al cabo, sabía bien de lo que estaba hablando.
Ni un invento, ni nada precocinado. Hablar desde la experiencia. Con cierto toque agridulce hablaba de mi 2018 y muchos de sus eventos. Parte de ellos, al menos. Hay cosas que no tengo por qué airear.
No he podido no hacerlo emocionado. Me ha podido el momento. Demasiados recuerdos de grandísimos momentos.
Aplauso cerrado, alguno que se acerca. La satisfacción de haber vuelto a improvisar la mitad, con el toque extra de haberlo hecho en un idioma que no es el tuyo.
Y esa sensación. Esa sensación de haber sido, de nuevo, el chaval que baila él solo sin camiseta.
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