Era una noche serena, profunda, sincera y honesta. Hubiera sido más serena si ese vecino en particular no llevara varios días pensando que montar una discoteca en sus ventanas, hacia fuera, era la mejor idea a esas horas.
En algún lugar, un padre ponía a dormir a sus hijos. Había pasado el día confinado, intentando que ellos lo pasaran lo mejor posible y estaba exhausto, le dolía la espalda y sólo quería que aquellos dos pequeños demonios durmieran ya hasta el día siguiente. Debajo del dolor recordaba el momento en que se había tirado al suelo y se habían dedicado a pisotearle, saltarle encima a golpes de culo o tirársele a traición en la entrepierna de un cabezazo. Menos mal que no habían usado el palo de madera que guardaban en la terraza. Y cómo se habían reído.
En otro lugar, un chaval a punto de sus quince años, que iba a cumplir en estricto confinamiento, recibía el alta después de una intervención que le había tenido en el hospital tres días. Quién le iba a decir que aquella mañana en el centro de salud, por un dolor de tripa, iba a acabar de aquella manera. Estaba pálido, débil y cansado, pero terriblemente feliz por poder volver a casa.
Apartado, un hombre solitario le daba vueltas a la cabeza. Después de treinta días encerrado, también un poco en sí, buscaba ordenar sentimientos, emociones y todo lo que traían con ellos y se derivaba, surcando un auténtico mar tormentoso que no le dejaba un respiro. Sólo anhelaba tranquilidad, paz, serenidad, amor. Lloró un poco.
Más lejos, un chico tocaba la guitarra. Recordaba a su familia, que estaba muy lejos, que habían pasado por mucho, y eso le ayudaba a pasar lo de ahora.
También había un futuro padre, que no había sido aún capaz de quitarse toda la pintura de los dedos, después de días preparando la habitación para su futura hija.
Una chica que tomaba el sol, otra que cocinaba, otra que veía una serie.
Y en aquella noche serena, profunda, sincera y honesta, en la UCI de un hospital, se desconectó a un paciente. Padre, esposo, hermano, tío, cuñado y tantos otros él. Le miraban por el cristal, aunque él estaba ya ausente y el dolor se apoderaba de los corazones de los del otro lado. Todo sabía injusto, si es que la justicia tiene un sabor.
En algún lugar, alguien daba un sorbo a una copa, agridulce momento compartido entre risas en muchas ocasiones. Y lo hacía en su recuerdo.
Foto de portada de Matthew Skinner
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