Ciertamente es ideal pasarse el verano vacacionando. Montaña, playa, montañeros de Katiuskas o señoras leyendo libros en la playa.

Pero también te lo puedes pasar en la oficina trabajando.

Y hay días, cargados de calor y emoción veraniega, que parecen salidos de una peli de Berlanga o quizá de Almodovar. Con su toque kitsch, rosa chillón, melodramático, de lágrima y risa que, en retrospectiva, te hace pensar qué cojones has vivido durante las (en mi caso hoy) diez horas y pico que has pasado allí.

Primer acto. Escena 1. Exterior, playa.

Hoy llegaba temprano, muy temprano. Incluso saliendo algo más tarde de casa de lo deseado, la temprana hora y la parcial ausencia de commuters que están leyendo libros en la playa o trepando senderos, me hacía llegar bien rápido. Primera parada, correr. Y ahí estaba. Un señor viejo. Muy viejo. Me lo cruzo cada mañana. Con su gorra. Con su joroba, con su estilo particular de correr y su sonrisa perenne en los labios.

La primera vez que lo vi pensé: "jo, yo a su edad, si llego, tengo más probabilidades de estár muerto que corriendo a las siete de la mañana por la playa". Ahora lo veo y le devuelvo la sonrisa. Una mezcla de cómplice y de admiración, y recabo fuerzas para pararle un día y hacernos un selfie. Espero que pararlo no le siente mal. No le he visto parar nunca.

Ducha y a currar.

Segundo acto. Escena 1. Oficina, sala de reunión.

La mañana se antojaba difícil de digerir, no de comer. Y lo que se antoja de una manera suele ser así. Muchas reuniones con muchos egos y sin un objetivo claro tienden a convertirse en un grupo de niños en el parque peleándose por los juguetes. Una especie de carrera por ser el macho alfa del jardín de infancia. Aunque es peor aún cuando uno de ellos viene a romper los juguetes, además pareciera que amparado por el niño grande, y al acabar pregunta: ¿qué, qué os ha parecido?, ¿me dais feedback? Las caras de estupefacción eran poemas, litros de WhatsApps corriendo por el aire de la sala, miradas cargadas de significado. Sólo queríamos que acabara.

Segundo acto. Escena 2. Oficina, rincones.

Que acabara, para empezar la siguiente escena. El safareig. La "productividad" hasta la hora de comer ha tendido a cero. Todo el mundo queriendo comentar la jugada. Frases inconexas: "yo me voy!", "no entiendo nada", "esto ha sido muy feo", "oye, me voy a buscar la entrada del Cruïlla que me vende una tía, luego nos vemos", "¿vosotros sabíais algo?, es que me perdí la última...".

Mientras tanto, y para no dejarme simplemente mirar por la ventana hacia la playa buscando a la señora que lee un libro, nervios sobre una reunión de la tarde, titulada "Finding Nemo" y que no conseguía poner de acuerdo en el horario a 21 personas.

Estábamos en el momento álgido y dramático de la peli. Con todo moviéndose alrededor de la escena, el cuerpo aún caliente en el suelo, gritos alrededor y sin poder accionar nada.

Tercer acto. Escena 1. Cantina.

Y decidí irme a comer con toda tranquilidad. Saltarme la dieta. Coger el postre guarro. Definido por el gran J como "migas de bizcocho con cosa". Dulce. Extremadamente dulce.

Tercer acto. Escena 2. Zona exterior de la oficina.

Parecía buen momento para confesar un tema personal a los chicos de mi antiguo equipo de máxima confianza. Así que con un café en la mano y el sol en la cara fui a por ello. Nada más empezar a comentarlo, F lo adivió. Brutal lo que hace la intuición. Amor y compañerismo.

Y, como no hacerme perder de vista que el día no iba a ser para nada normal, una pareja de indios con unas maletas enormes, me asaltan para intentar conseguir contactos para vendernos sus bufandas. Se las venden ya a Mango, Promod y un montón de gente más... "I'm from IT, man, I don't think I'm the right person for you...". Su tarjeta está sobre mi mesa. Mi correo apuntado en su agenda.

Bufandas. En la puerta en la playa, a más de 30 grados.

Cuarto acto. Escena 1. Tercera planta.

Después de divagar un rato y seguir con los comentarios entre compañeros sobre lo sucedido por la mañana, me voy a la sala de "Finding Nemo". La tenía a las 16:30, al final iba a suceder a las 17:00, pero estaba seguro que alguien aparecería. Y así fue. Una de las personas con más motivación y empuje del equipo.

Pero en ese momento, una amiga importante de la tercera me invita a tomar un café. Dudo dejar tirada a la pobre chica, pero el resto del equipo va llegando, así que tomo escaleras arriba. Junto con mi amiga, mi amigo. Dos personas guays.

Me ofrecen unas almendras a las que llaman nueces y me preguntan qué tal. Y les cuento la primera escena del segundo acto. Algo de silencio y palabras de apoyo. Quizá no lo he entendido bien. Hay otras señales que indican otras cosas. Hay una abuela leyendo un libro en la playa.

Así que salto a cómo me encuentro personalmente y les explico a mis amigos cómo me va la vida y las últimas novedades. Sonrisas, buenas palabras y más almendras. Así sí.

Quinto acto. Escena 1. Sala enorme.

El equipo está ahí, preparado. Tienen lista una presentación coral, ensayada por turnos. Ciertos nervios y la primera fila llena de responsables. Salvo una, que llega algo tarde y se sienta en la tercera sin cerrar el ordenador. Es con la única con la que no he interactuado nada. Me pongo en la punta de la segunda, para ver la sala entera desde lejos.

Y la energía empieza a fluir. De una manera brutal. Y yo no puedo más que sonreir y pensar en la mañana, en lo inútil de concentrarse en lo negativo que no sabes siquiera cómo llegará a afectar. Me citan, me tiran flores. Yo me escondo. Luego agradeceré personalmente la cita. Llegan el resto de responsables con un pelo de retraso. Primera fila a tope. Varios directores, muchos grandes responsables.

El equipo disparado, queriendo comerse el mundo. Y la luna de postre.

Y entonces sucede algo. La tercera fila pide la palabra. Se tiene que ir. Pero no quiere no decir cómo ha alucinado. La lección de un equipo de personas que ha conseguido hacer lo que los responsables no. Lo encuentra agridulce, porque podría haber sucedido antes, pero entusiasmada con el cambio. Se levanta, me señala con el dedo: "y a ti te he convocado mañana para un tema". Y se va. Yo ya estoy descojonándome. La primera fila me va mirando de vez en cuando. Hay quien, tras las palabras de la tercera fila me está mirando fijamente. No puedo parar de sonreir.

La reunión sigue. Mi WhatsApp hierve. A la vez estoy negociando los detalles de un cambio terriblemente relevante en mi vida personal. Hablo de pasta a la velocidad del rayo. Exijo que sucedan cosas. Y llegado el momento me levanto, me disculpo flojito, hago una reverencia al equipo y salgo por la puerta. Sonriendo.

Hago una transferencia de 800 euros. "Está listo" envío por WhatsApp.

Quinto acto. Escena 2. Exterior de la oficina.

Me estoy yendo y sincronizándome con J. "Grandes frases en la reunión", me dice. Cosas como "menuda pérdida de tiempo" o "rodará alguna cabeza por esto". Me río más. Al lado de mi moto, el protagonista de la reunión a la que ha asistido J. Me hago el interesante citándole frases. Se descojona.

Me subo en la moto y empiezo a conducir con él. Con gestos nos despedimos cuando los caminos divergen. Y yo sigo adelante.

Todavía no sé en qué momento dije kitsch por primera vez y que me llevó a escribir esto. Creo recordar que sudaba sentado en el vestuario, antes de ducharme, acabando de recobrar el aliento. No tenía ni idea de la montaña rusa que sería el día.

Pero entonces ya sonreí.

Ahora sudo un poco, algo menos, sentado mirando el cielo. Y sigo sonriendo, recordando la película de Berlanga, o de Almodovar, kistch, con toques rosa chillón, melodramático, de lágrima y risa, que ha sido este día de locos.