Nos hemos obsesionado. Todos queremos “escalar la agilidad”. Y personalmente creo que es un error de base que voy a tratar de explicar.

Yo mismo he pensado en “escalar la agilidad”. De hecho, de entre todos los frameworks existentes para tal menester, incluso he recibido formación de la mano del creador, como fue el caso de Scrum@Scale por Jeff Sutherland. Este, o SAFe, o DAD, o LeSS… todos parten de un algo que funciona a pequeña escala y lo intentan hacer más grande.

Es un objetivo lícito e incluso deseable. La agilidad es algo que ha sido fácil de integrar en los pequeños equipos y las startups nacientes, pero que está siendo un hueso en las grandes corporaciones.

Y es aquí donde radica el error. La agilidad bien entendida, como sucede en los pequeños equipos, es un cambio de mentalidad y de cultura, no me canso de repetirlo. Y, sin embargo, cuando queremos hacerlo a lo grande, queremos buscar una receta para implantarlo. Mal.

Esta semana, una persona con la que apenas me he relacionado hasta ahora me decía que quería mi opinión, porque llevaba dos años intentando “implantar un proceso ágil” con ayuda de una consultora. Loable, pero equivocado. No muchas veces sucede que venga alguien de fuera a darte con un libro en la cabeza para que cambies tu manera de pensar.

La cultura fluye, cambia con el ejemplo, los éxitos, la comunicación, la comunidad. Se puede ayudar al cambio haciendo patente la necesidad (urgencia) de este, por supuesto, pero sucederá dentro de cada uno. Esto quiere decir que, en mi opinión, la obsesión por “escalar la agilidad” está equivocada en tiempo.

Antes de “escalar la agilidad” se debe hacer algo así como “agilizar la organización”. Esto es, enseñar una nueva cultura y manera de pensar. Y para eso aún no hay productos.