(In English below)
Hablemos de métricas. Una necesidad, la gran pregunta, ¿cómo sabemos que lo estamos haciendo bien? KPIs, OKRs, SMART, NPS y cualquier otra sopa de letras que se te ocurra, todo con el noble propósito de medir el rendimiento del equipo. Por supuesto, en la mayoría de los casos, estas métricas son muy útiles: nos dan una referencia objetiva de cómo vamos. Pero, ¿qué pasa cuando estas métricas cuentan solo una parte de la historia?
Esta mañana veía los datos de un estudio de la Universidad de Michigan. Este cuadro compara equipos, en tanto en cuanto tienen un rendimiento objetivo (o no), con métricas de rendimiento, y cómo estos mismos equipos se sienten en cuanto a su propio desempeño. Los resultados me han parecido bastante curiosos y dignos de repasar.
Un 27.2% de los equipos tienen un mal desempeño y lo saben. Nada que destacar aquí; quizá evaluar el soporte que se les da, estudiar las causas, o si no hay otro camino, tomar decisiones. Por otro lado, un 32,6% de los equipos tienen un desempeño bueno y además lo sienten. Me ha parecido un número especialmente bajo pero, en cualquier caso, aquí están los equipos que funcionan bien y lo harán por mucho tiempo.
Ahora bien, lo realmente jugoso está en los otros dos grupos. En el 19,9% de los equipos que no están rindiendo y creen que sí, y especialmente en el 20,3% de los que están rindiendo pero no lo sienten.
Empecemos por el más obvio: los que no rinden, pero creen que lo hacen bien. Aquí es donde tenemos que hacer énfasis en las métricas clásicas. Por mucho que sientan lo contrario, que imaginen que todo funciona, revisar los números, las fechas de entrega que quizá no se cumplan, los bugs aumentando, la satisfacción del cliente descendiendo, etc, puede ser un gran baño de realidad que solo los duros datos pueden dar. A estos equipos, esas métricas les pueden servir como espejo, crudo pero necesario.
Eso sí, el verdadero problema a trabajar está en el otro grupo: estadísticamente uno de cada cinco de los equipos, aunque rinden, no lo sienten. Y este es el talón de Aquiles de la mayoría de esquemas de métricas que usamos tradicionalmente. Los números no reflejan el lado humano del rendimiento. Aquí hablamos de la percepción, las emociones, el ambiente del equipo y sus relaciones interpersonales. ¿De qué sirve un equipo que entrega todo a tiempo, cuando cada miembro siente que no lo está haciendo bien, que no contribuye lo suficiente o que está estancado? O, peor aún, que no querría seguir trabajando en ese equipo o con esas personas, si tuviera alternativa.
Un equipo que rinde pero no lo siente es una bomba de relojería. La antítesis de la sostenibilidad. Un equipo que no percibe su éxito no es sostenible a largo plazo. De nuevo, aquí las métricas tradicionales fallan. No miden las conexiones entre los miembros, su bienestar ni su crecimiento personal.
Las métricas nos pueden decir mucho sobre qué hace un equipo, pero no nos cuentan cómo se sienten haciéndolo, ni si ese ritmo es sostenible. Así que, para tener equipos que funcionen a largo plazo, el rendimiento no puede medirse solo con números. Al menos en una de cada cinco ocasiones. Hay que tomar el pulso a las relaciones internas y a la satisfacción emocional de quienes lo componen. ¿Están bien en el equipo? ¿Están creciendo? ¿Aprenden? ¿Tienen oportunidades? ¿Es un espacio seguro?
Es hora de complementar esas métricas con una buena dosis de realidad emocional y, entonces, empezaremos a ver equipos rendir sabiendo que lo están haciendo.
High-performance teams: What metrics won’t tell you
Let’s talk about metrics. A necessity, the big question, how do we know if we’re doing well? KPIs, OKRs, SMART, NPS, and any other alphabet soup you can think of, all with the noble purpose of measuring team performance. Of course, these metrics are useful in most cases, they give us an objective reference of how we’re doing. But what happens when these metrics only tell part of the story?
This morning, I was looking at data from a University of Michigan study. The chart compares teams, whether they have objective performance (or not), with performance metrics, and how these same teams feel about their own performance. The results struck me as quite curious and worth reviewing.
27.2% of teams perform poorly and know it. Nothing too surprising here; perhaps it’s time to evaluate the support they’re getting, study the causes, or if there’s no other way, make decisions. On the other hand, 32.6% of teams perform well and feel it. I found this number especially low, but in any case, these are the teams that work well and will likely continue to do so for a long time.
Now, the really juicy part lies in the other two groups. In the 19.9% of teams that are not performing but think they are, and especially in the 20.3% that are performing well but don’t feel it.
Let’s start with the most obvious: those that aren’t performing but believe they are. This is where we need to emphasize traditional metrics. No matter how they feel or imagine things are going well, reviewing the numbers, missed deadlines, increasing bugs, declining customer satisfaction, etc., can be a stark reality check that only hard data can provide. For these teams, those metrics can serve as a mirror, harsh but necessary.
That said, the real problem to tackle lies in the other group: statistically, one out of five teams, although performing well, doesn’t feel it. And this is the Achilles' heel of most traditional metrics schemes. The numbers don’t reflect the human side of performance. Here, we’re talking about perception, emotions, the team’s atmosphere, and their interpersonal relationships. What good is a team that delivers everything on time if each member feels they’re not doing well, not contributing enough, or that they’re stuck? Or worse, that they wouldn’t want to keep working with that team or those people if they had another choice.
A team that performs but doesn’t feel it is a ticking time bomb. The antithesis of sustainability. A team that doesn’t perceive its success is not sustainable in the long run. Again, this is where traditional metrics fail. They don’t measure the connections between members, their well-being, or their personal growth.
Metrics can tell us a lot about what a team does, but they don’t tell us how the team feels while doing it, nor whether the pace is sustainable. So, performance can't be measured by numbers alone to have teams that perform in the long term, at least in one out of every five cases. We must take the pulse of internal relationships and the emotional satisfaction of the team members. Are they doing well within the team? Are they growing? Are they learning? Do they have opportunities? Is it a safe space?
It’s time to complement those metrics with a healthy dose of emotional reality, and then we’ll start to see teams performing, knowing they’re doing well.
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