Hubo una vez alguien que me llamó "el señor de las palabras". No sé cuánta ofensa había en las suyas, voluntaria o no, pero me llegaron adentro. Sé que quería representar, en parte, mi capacidad en usarlas, combinarlas y explicar algo. Por aquel entonces una buena parte de mi trabajo era vender, no por casualidad. Uno de los valores que mueven mi vida es la honestidad, eso sí, así que tampoco vendía mucho, pero eso es otra historia.
Cuando recibí el apelativo creí ver un deje de reproche. Como si de fondo hubiera falta de confianza, ausencia de acción en contraposición a las palabras. No podía acabar de creérmelo. Yo había hecho todo lo posible, todo lo que creía adecuado e intentando no fallarme ni a mí ni a la compañía. Y, sin embargo, era "el señor de las palabras", con regusto a reproche.
Es algo que miro en la lejanía, se cuenta en años ya el tiempo que ha pasado desde entonces. En la distancia, el reproche ya no parece tan grande. Quizá me dolí yo más que duro era el golpe. Quizá ni tan sólo fuese un golpe. En la distancia, he intentado hacer de eso una ventaja, un punto fuerte, algo que ofrecer a la suma total del valor. Verborrea bien dirigida. Ayer mismo preguntaba después de un buen rato de palabras: "¿os he ayudado?". Y me respondían que no estaban seguros, pero que "habían escuchado algo que necesitaban escuchar".
El Señor de las Palabras es uno de mis muchos "yos" que me acompañan y que me ayudan a aprender y a crecer. No es mayor de edad, aunque hace ya tiempo que nació y ha estado y está presente en muchos de mis momentos. Es cierto, él no actúa. Al menos no de la manera en que muchos esperan acción y resultado. Pero hace cosas importantes y determinantes. Y se coordina, a veces de maneras más acertadas y otras algo cacofónicas, con otras facetas de más movimiento, en intento de discurso común.
La reflexión sobre este aspecto de mí es constante, aunque, conforme maduro, más positiva la veo. Es algo a brindar a otros, a un bien común. Eso sí, toma otros derroteros cuando me digo a mí mismo que he de modularlo. Porque, otra historia a contar un día, algo realmente importante a lo que no doy a veces relevancia, es que es tan importante estar en paz con uno mismo como entender cómo eres percibido por otros. De nuevo, porque solemos utilizar las valoraciones, descripciones y opiniones de otras personas como marco de validación de nuestra propia percepción, o para rectificarlo o reforzarlo.
Y todo eso se mantiene en un equilibrio hipnótico. En parte, sujeto por el Señor de las Palabras.
Foto de portada de Patrick Tomasso
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