– ¿Y desde dónde dices que escribes?
– Desde El Dolor – replicó sin levantar la vista del papel
– No sé exactamente dónde queda eso, pero no suena bien
– Pues desde aquí todo fluye, es intenso, punzante, creativo – casi no parecía sentir lo que decía
– Pero no perdura, no trasciende
– No importa, lo efímero es romántico, el romanticismo es efímero – parecía perderse en sus propios razonamientos
– ¿Dejas, entonces, que la emoción te domine?
– En cierta manera, la emoción nace y me nutre, la vivo y la expreso
Conforme avanzaba la conversación, todo sonaba más difuso, etéreo y, sobre todo, alejado de la realidad.
– Pero te haces un flaco favor. Así como escuchar es a oír, o mirar a ver, una relación parecida hay entre sentir y emocionar
– Yo siento
– No, no te da tiempo, te emocionas, vives ese chute, quizá incluso lo paladeas un momento, pero no dura, no perdura y, sobre todo, no cala
– Continúa, por favor
– Vives en un halo romántico de post-modernidad, con un cierto regusto a autodestrucción donde creas, pero no construyes
El silencio se apoderó de todo. La pluma se levantó del papel y la mesa se tambaleó.
– Es como la diferencia entre una montaña rusa y un tiovivo: divertidas, rápidas, imprevisibles e incluso algo angustiosas, unas, y estables, lentos, predecibles pero placenteros, los otros.
El papel y la pluma seguían ahí, pero, de nuevo, estaba pensando y no escribiendo.
Foto de portada de Aaron Burden
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