Fue divertido. Era el principio del verano. Trabajaba sin camiseta y sudado. Y todo estaba lleno de serrín. No tenía experiencia, pero si los materiales comprados, las herramientas prestadas y el valor construido. Justamente de eso iba, de construir.
Esos días en esas semanas, de sol a sol en momentos de descanso, cortando, taladrando, montando, atornillando, ajustando, lijando y vuelta a empezar, parecían ir de un algo, de una cosa física que debía perdurar por tiempo y proteger a alguien.
Nada más lejos.
Lo recordaba mientras disfrutaba un concierto y se zambullía de nuevo en algo con toda el alma y el corazón. Mientras volvía a darse cuenta de que no sólo se soportaba sino que se gustaba. Que podía y podría tolerar sus defectos e incluso sacar algo bueno de ellos. A la vez que sonreía y soltaba una lágrima todo a la vez.
En un par de semanas el trabajo estuvo acabado. El serrín siguió saliendo de cada arruga y cada rincón seguramente durante un par más. Quizá más consciente de lo que realmente debía perdurar y se escondía en las rendijas.
Es posible que no construyera una simple cosa. Es posible que fuera un tótem. Un tótem de sí mismo.
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