Qué tendrán los 15 años que son un auténtico hervidero de hormonas. Todos para arriba y para abajo con un metabolismo y una libido que si fueran pilotos de Formula 1 harían el equipo más rápido jamás visto.
Él quería meterle mano. Y tanto que sí. Y comerle esa boca que se le acercaba tanto de cuando en cuando mientras hablaban, o mientras uno le enseñaba algo al otro por la ventana.
Ella quería que le metieran mano. Por supuesto que sí. Y se preguntaba por qué narices no había pasado nunca.
Lo había hablado muchas veces con sus amigas. Seguro que no había pasado por el puñetero sujetador. ¡Estaba ahí para molestar a todo el mundo! Así que ella había decidido que no iba a llevarlo, por un bien mayor. Pero sus amigas se echaban las manos a la cabeza. Eso no podía ser. Dónde quedaba la magia, la dificultad, el reto.
A él la magia, la dificultad y el reto se la traían bien floja. Él quería tocar teta. Eso sí que no se la traía floja.
A ella la magia, la dificultad y el reto le sonaban a cuento de hadas que no tenía nada que ver con la realidad y el placer.
Pero la presión del grupo era muy grande y empezó a pensar en soluciones imaginativas. Quizá uno de aquellos sujetadores que se abren por delante. Quizá así sea más fácil. Le habían enseñado, le habían dicho, que para un chico abrir un sujetador era algo así descifrar la combinación de una caja fuerte. Un trabajo duro que requiere de entrenamiento y concentración.
Y ella no quería eso. Y él no quería eso.
Las manos se deslizaron a la espalda. Sólo una, de hecho. Dos dedos. Un movimiento de pinza certero. Y con un pequeño sonido, todo quedo libre.
Foto de portada de Yuliya Kosolapova
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