Las organizaciones son entes vivos compuestos por células-persona que se mueven y sienten. Por eso, las transformaciones tienen un fuerte trasfondo emocional y moral que las puede hacer ser exitosas o fracasar estrepitosamente.

Una de los principales valores éticos que se han de dar, aunque es recomendable en muchísimos otros aspectos de la vida laboral y personal, es la humildad. El liderazgo desde la humildad es mucho más poderoso que el opuesto.

Seamos sinceros, no lo sabemos todo, ni somos capaces de todo, ni podemos siquiera imaginar qué pasará mañana. Sin embargo, muchas organizaciones tienden a establecer un posicionamiento en que aparentan todo lo contrario y, además, lo sostienen en el tiempo aunque tengan indicios de que el camino seguido no es el esperado. Por supuesto, este tipo de organizaciones son muy difíciles de transformar. Están agarrotadas por el miedo al fracaso, al equívoco, a ser señalados culpables y no poderse levantar.

En cualquier caso, dicha falta de humildad también puede suceder en el lado contrario, el transformador, que olvida su figura de acompañante y director (de dirigir), para devenir una especie de ser supremo con una nueva verdad. En ambos casos, son usuales el uso de falacias de autoridad (argumentum ad verecundiam o magister dixit) que no llevan más que a repetir errores del pasado o "mirar el dedo que apunta a la luna".

Es de una generosidad enorme presentarse abierto y humilde a la organización, a la transformación y a los nuevos hechos, asumiendo errores lo antes posible y nuevas prácticas a probar. Por eso, la humildad es una de las cualidad principales y clave en los líders transformadores. Y de la generosidad, que también, hablaré en otro post.