Yogures con trocitos de chocolate y la motivación

Además de llevar algo más de 20 años trabajando en y con equipos, soy padre de tres niños. El más pequeño de ellos tiene 3 años y está pasando esa fase de crisis madurativa de reafirmación y creación del Yo, que tan de cabeza nos trae a los padres.

Justo hablaba de este tema, con un ejemplo, con un buen amigo, que también fue mi coachee, que creció y voló. Le explicaba cómo mi hijo el otro día, después de cenar, quiso un yogurt con trocitos de chocolate. Justo el que no tenía. Podía elegir entre vainilla, coco, plátano, fresa y algún otro sabor. Pero quería justamente ese. De poco sirvió que le dijera que no había. Incluso ponerse delante de la nevera con la puerta abierta, ante la cruda realidad de su ausencia. Él quería ese yogurt.

De hecho, si no era ese, la alternativa era justo el que había elegido su hermano mayor, que era el último del sabor en cuestión.

Mi hijo, en plena crisis madurativa infantil, era incapaz de comprender el contexto, incluso de hacer el esfuerzo cognitivo de mirar, atender y comprender. No hablemos ya de sacar provecho de la situación y dedicar tiempo a probar un sabor nuevo, o incluso a no comerse uno, ¡sino dos! Todo eso simplemente no existía porque él, en su yo, había decidido que lo justo era comerse un yogurt con trocitos de chocolate y su imposibilidad le estaba matando.

En realidad no hablábamos de mi hijo, por mucho que la anécdota sea completamente real. Hablábamos de personas adultas y trabajadoras, y la infantilización creciente de la sociedad. De lo fácil y rápido, de la queja continua (normalmente hacia el exterior, en completa ausencia de autocrítica) y la impuesta imposibilidad de ver más allá y comprender el contexto en su totalidad, de la huida hacia adelante y la nueva comprensión del compromiso. Y no acabábamos de entender qué había pasado, por qué esta ausencia de pensamiento lateral, de resiliencia, de capacidad adaptativa y de visión sistémica.

En los niños, esto es una fase, de la que se sale. Se les ayuda a comprender la realidad, se les acompaña en sus frustraciones y se les enseña a pensar salidas de las situaciones. Todo, intentando que esas ganas que demuestran de "ser yo" se cumplan y viendo con orgullo cómo, poco a poco, van superando los problemas.

Mi hijo, de hecho, decidió ante la nevera que "los minions dicen papaya y banana" y que eso era razón suficiente para sonreír y comerse un yogurt de plátano.

Ojalá los adultos, después de afrontar circunstancias así, abriésemos la nevera, observáramos la situación y tomáramos decisiones tan rápido, en vez de seguir añorando el yogurt con trozos de chocolate.

P.S.: una gran amiga, grandísima profesional y persona absolutamente brillante, me comenta que este post sería aún mejor con ejemplos prácticos y no tan lejanos como el infantil. Y uno de los mejores es el suyo y, además, en positivo. Pat ha pasado los últimos tiempos embarcada en una aventura prodigiosa, que ha sufrido en los últimos tiempos de las circunstancias que todos conocemos. ¿El momento de grandeza? Entender el contexto, aceptarlo, y parar el proyecto de manera consciente para ponerse a buscar trabajo. Sin alargar la agonía. Sin seguir pidiendo el yogurt de trocitos de chocolate que no hay en la nevera. Ejemplo de salud mental y madurez. Sé como Pat.


Foto de portada de FitNish Media