Conversaciones
- Hoy en Barcelona hace un calor agobiante. Y las moscas están muy pesadas.
- Podría ser el inicio de un cuento, o de una carta.
- ¿Sí, tú crees?
- Claro, ¡si ya tienes la mitad!, tu lector sabe dónde está y has creado una atmósfera reconocible. Casi está sintiendo ese calor y espantándoselas él.
- Va, ya será menos.
Los niños jugaban en el parque entre gritos de todo tipo y ruido de carreras sobre la arena. Un teléfono sonaba y alguien lo cogía sonriente y se ponía de pié en un salto mientras se lo llevaba a la oreja.
- ¿Y cómo debería seguir, según tú?
- Hombre, la gente suele conectar con personajes, no lugares, aunque eres un tío hábil, quizá...
- Personajes... ¿un par?
- Que charlen de algo profundo, introspectivo. Me los imaginaba en un teatro vacío, a oscuras, en un escenario negro...
- Tío, he empezado con Barcelona calurosa y moscas. ¿Moscas en el teatro?
- Se me ha ido, perdona, tienes razón.
- Joder, es que hace bochorno.
Las nubes iban y venían. Cuando tapaban el sol, el aire completamente detenido dejaba notarse más la humedad ambiente. Cuando lo dejaban pasar, el calor que generaba hacía desear la húmeda sombra. Todos parecían sentirse así, salvo los niños que jugaban.
- Una familia. Una familia que ha venido de visita a Barcelona y están sufriendo el calor.
- No tiene sentido, bueno, o interés. A mí el calor me sugiere mar, me sugiere agua... o si no caer en emociones más oscuras.
- Déjate, déjate, no vamos bien.
Moscas y más moscas. Era como si se hubieran dado cuenta de que el verano llegaba a su fin y tuvieran trabajo acumulado en su deber de molestar a los humanos. Buscaban rincones: la parte trasera del brazo, el tobillo libre por los pantalones cortos, un gemelo y, de vez en cuando, una sonora palmada se unía a los gritos, las carreras y el murmullo de los adultos.
- Fíjate en ese padre que ha venido con sus dos hijos.
- ¿Qué?
- Hace que juega con ellos, pero a la vez tiene la mirada fija en el móvil. ¿Sentirá el calor?
- Nah, creo que ahora mismo todo su ser está en esa pantalla.
- No sale la historia, eh.
- En absoluto, no tengo manera de hilarla.
El reloj marcó la hora de irse, había muchas otras obligaciones con las que cumplir. Incluso quizá para las moscas también, aunque parecían seguir cumpliendo su deber de forma incansable.
- Va, mejor dejarlo estar, no va a salir.
- Sí, no siempre una buena entrada se convierte en una buena historia.
Se sacudió las moscas, salió del ensimismamiento. Llamó a sus hijos, recogió las cosas. Ya había hablado suficiente consigo mismo y nada de todo aquello le había secado el sudor.
- Nos vamos
- ¡Noooooooo, un rato más!